Salimos de prisa, dejamos puertas y ventanas abiertas solo queríamos irnos ya. La noche estaba muy oscura y la lluvia daba la sensación de que la noche envolvía mucho más que nubes y estrellas. El viaje era muy largo, pero ya habíamos hecho el compromiso de asistir. Bueno el lo hizo, yo jamás hubiese aceptado ir a semejante lugar. A mitad del camino el auto comenzó a dar un sin número de problemas. Yo sabía que algo sucedería. Aun con todos los problemas que se presentaron en el camino, decidimos continuar. El camino cada vez se hacía más y más largo como si el propio destino se empeñara en decirnos algo. Aunque él no lo admitía, también había comenzado a sentir temor por todo lo que estaba sucediendo. La tensión se sentía por todo el automóvil, al punto que comenzamos a discutir por necedades; “No debimos haber quedado”, “El auto esta dando problemas, deberíamos volver a casa,” “No seas supersticiosa llegaremos bien y ya” En esa discusión entramos sin percatarnos a una calle sin alumbrado. Era oscura y fría. El conducía de espacio y cuando todo comenzaba a mejorar, paso. Yo juro que no lo vimos, estaba sobre nuestro auto cuando nos percatamos. Lo matamos y ni siquiera nos detuvimos salimos corriendo como delincuentes.
A la mañana siguiente nadie sabía nada acerca de lo sucedido. Nadie nos vio y aparentemente él no era alguien de quien la gente se pueda preocupar. Sin embargo, nuestro auto nos delataba. Salimos de la casa tarde para poder pasar desapercibidos, pero todos nos miraban. No sabía porque, pues nadie sabía lo de que había sucedido. Nos tuvimos que detener para ver exactamente porque nos miraban. Al bajarnos del auto supimos porque, habían manchas de sangre en el lado izquierdo y unas letras en marcador que decían: “Ellos son mis asesinos”.
sábado, 8 de noviembre de 2008
Como el barco siempre sale a flote
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